martes, 23 de enero de 2007

El reloj parado a las siete


En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas, detenidas casi desde siempre, señalan impertubables la misma hora: las siete en punto.

Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos durante el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.

Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, marcan las siete, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del universo.

Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes acallan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que alguna vez detuvo su andar.

Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.

También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.

Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.

Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.

La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como a mi amigo el reloj, también a mí se me escapa el tiempo de los demás.

... Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.

Pero sé que la vida es otra cosa.

Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía con el universo.

Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.

Sólo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianeidad.

Por eso te amo, viejo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo.


Este cuento de Papini lo traje hoy para mostrarte una metáfora genial: que quizá todos vivamos sólo en la armonía de algunos momentos. Quizá, ahora, en este presente, la hora de la verdadera vida coincide con tu propia hora. Si así fuera, disfrútala. Quizá pase... demasiado pronto.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta tanto leerte...

Seele dijo...

es agradable saber que hay alguien en algún lugar que dedica unos minutos a leerme y que además disfruta con ello... gracias por un regalo envuelto con tan sólo cuatro palabras...

Anónimo dijo...

Después de leer estas hermosas letras, he pensado que voy a darle cuerda al reloj de mi vida, quizás todos debieramos de hacerlo de vez en cuando...

Anónimo dijo...

En el pequeño letargo de mi vida, éste que acabo de vivir, éste que necesitaba para darme cuenta de muchas cosas, de que la soledad no es mala cuando a los que quieres te arropan cada día con su voz, de que mi alma está en paz porque ningún pensamiento me ha atormentado, de que la felicidad la tenemos al alcance de nuestra mano y a veces la rapidez del tiempo nos impide saborearla; en este letargo en el que paré las manecillas del reloj para que el tiempo no me molestara, en él también has estado presente, pero en especial mientras leía estas líneas que ahora quiero compartir contigo: "...miro hacia el mar desconocido de mi alma y veo que algunas islas en él... Entonces cojo mi barco, llamado PALABRA, y decido navegar hacia la que está mas próxima. En el camino me enfrento a corrientes, vientos, tempestades, pero sigo remando, exhausto. Ahora ya consciente de que me he apartado de mi ruta, la isla a la que pretendía llegar ya no está en mi horizonte. Aun así ya no puedo volver atrás, tengo que seguir como sea o me perderé en medio del océano." (Paulo Coelho, El Zahir) Hoy, como tantas otras veces, le doy cuerda a mi nuevo reloj, el que marcará los pasos de mi vida.